lunes, 25 de enero de 2021

TIEMPO DE CERRAR LA BOCA

  


Por
 

W A L T H E R 
 
 

Bien le haría al cristianismo nominal actual guardar humilde silencio. En efecto, hablan tanto que comenten pecado. Su silencio sería de gran provecho y bendición para cualquier nación moderna.

Su predicación se ha vuelto contra ellos mismos y contra la religión que dicen promover. Se han constituidos en los enemigos número uno del evangelio, en circunstancias que deberían ser su vehículo más eficaz.

¿Tiene algún efecto constructivo su predicación? Sí, temporal, pasajero e inestable y éste frágil efecto es pulverizado en milésimos de fragmentos por el ya característico mal testimonio de la ekklesía jurídicamente organizada.

Cada “alma ganada” para Cristo, es en realidad un alma destruida para Cristo. Cada alma viciada por el mundo redunda en un alma viciada por la iglesia. Cada nueva víctima del nominalismo cristiano termina por amoldarse a la impiedad prevaleciente y subterránea del cuerpo de creyentes. Estas almas llegan al final de sus días creyendo ingenuamente que lo que han visto es la religión de Cristo, sin percibir que el cristianismo de hoy no es cristianismo sino un sucedáneo de la peor clase jamás vista en la historia de ésta superior y noble religión.

No me cabe la menor duda que el porcentaje de ex cristianos dobla a quienes lo profesan formalmente. La puerta giratoria es la gran realidad no admitida. Las corporaciones cristianas son las grandes productoras de desilusión.

Prueba de lo que expreso es la segura reacción que tendrán mis reflexiones. La intolerancia religiosa hace mucho que se instaló en la iglesia como señora y reina coronada de hipocresía. La libertad de conciencia hace tiempo se viola sistemáticamente en el mismo seno de la cristiandad.

En la iglesia, desde sus más apoteósicos obispos con ínfulas de mesianismo, pastores sin el don y aptitudes para el ministerio, desde el evangelista profano amante de la fama, hasta el más sencillo laico de la banca del más humilde templo deben declarar una tregua con sus pecados, para dedicarse sosegadamente a la reflexión y mientras lo hacen mantener la boca cerrada, para que al fin el Espíritu Santo pueda hacer su voluntad sin impedimentos y actuar por los conductos que Él estime idóneos para terminar la obra evangélica en justicia.