sábado, 26 de junio de 2021

DE CRISTIANO A CREYENTE II


 Por: 


W A L T H E R


En la primera parte de ésta reflexión (De cristiano a creyente I) declare firmemente que no volvería a identificarme ni pública ni privadamente como cristiano y creo que ningún creyente en Jesucristo debería hacerlo. No podemos identificarnos con una palabra que hoy sólo mancha el precioso nombre del Salvador del mundo, una repelente palabra que es sinónimo de contradicciones y mentiras, una palabra que ha sido corroída, abusada y hoy sólo es un manto piojoso para cubrir las más bajas iniquidades perpetradas por sus indignos representantes. El Santo, el Justo, el único Reverendo y Venerable Hijo de Dios no puede ni se debe relacionar con tan infame palabra, una palabra enemiga de Dios. Me niego a identificarme con una palabra que representa a hordas de vagabundos mal llamados pastores y cuenta cuentos de púlpitos a las cuales no quiero pertenecer, una palabra que el imaginario colectivo identifica o relaciona con algo que no soy ni quiero ser. El sólo acto de identificarse como cristiano lo considero inmoral.

Mi rechazo es mi protesta, mi firmeza mi indignación. Mi posición no constituye un acto de atrevimiento o apostasía, sino de reivindicación de la fe en Jesucristo, es un intento minoritario de desmarcarme del nominalismo cristiano imperante, un repliegue social y devocional en busca de una experiencia libre e inmaculada. Mientras más kilómetros hayan entre mí y el actual sucedáneo de cristianismo tanto mejor. ¿Me siento o me hace más justo esto? ¡De ninguna manera! Pero nadie está obligado a hundirse en un pantano infestado de pirañas sin luchar por sobrevivir, se trata de supervivencia espiritual, de conservación de una conciencia limpia, ¡de salvación eterna!

¿Veo en el horizonte una justa reconciliación con el nombre de cristiano? Sí, cuando lleguen las últimas escenas de la historia de éste mundo, cuando el discipulado silencioso de Jesús salga del anonimato, cuando la última iglesia ilumine a tal punto al mundo con la gloria de Dios, que queden desenmascarados por notables y evidentes contrastes, los confusos y viciados tumultos cristianos, de la resplandeciente fe apostólica. Y éste será un movimiento de Dios, en el momento indicado, es decir, en el de mayores tinieblas en el mundo religioso. Necesario, por cuanto el Hijo del hombre debe cumplir su promesa de volver por segunda vez. La iglesia limpia hará su aparición no para condenar, sino para extender la última invitación a quienes quieran renunciar a la iglesia sucia, fornicaria y controladora, ahí me reconciliaré con el término cristiano, en efecto, cuando la profesión de fe en Jesucristo sea restaurada a su estado primigenio. Mientras llega ese pronto acontecimiento, buscaré de forma reservada y de todo corazón ser un discípulo del Nazareno, quiero ser reconocido como tal, no porque yo lo diga o por militar en alguna sucia madriguera de cristianos, sino por ejemplificar las virtudes de Aquel a quien sigo y sirvo.

Dilucidada así la situación, nos queda por delante conducirnos de forma piadosa y coherente, constituirnos en seres moral y socialmente contestatarios, no al punto de parecer inadaptados o extremistas, aunque cierta e inevitablemente no podemos eludir esa maliciosa estigmatización por parte de mentes ebrias, sino que nuestra protesta vivencial debe ser admirable, noble, digna y deseable por aquellos que reconocen lo elevado, lo limpio, lo justo y lo recto.

Es menester que la iglesia replegada y apartada de las nocivas instituciones cristianas nominales se dedique privada, sosegada y concienzudamente al dialogo creyente e incorpore impostergablemente un régimen devocional permanente en espera del gran y revelador acontecimiento dirigido por el mismo Espíritu de Dios. Esto no quiere decir que estaremos en contemplativa ociosidad, sino en activa observación de nuestro entorno y de dinámico dialogo con Dios y con los seres humanos, vivir cotidianamente la vida de un discípulo de Cristo. Observación de nuestro entorno por cuanto es nuestro deber reconocer a las víctimas del nominalismo cristiano, victimas que no son más que preciosas ovejitas del Señor en manos de mercenarios, y de dinámico dialogo con Dios y los seres humanos por ser el único nexo instrumental y terrenal para mantener la vitalidad de la iglesia remanente. La iglesia replegada hacia el desierto se nutre con el dialogo creyente y ésta experiencia debe ser compartida con el prójimo, sea éste profano o religioso, pues la iglesia final es conformada por cristianos depurados, es decir convertidos en creyentes y no creyentes convertidos en creyentes.

La restauración de la iglesia es un evento programado por Dios, es decir, la irrupción escatológica de una iglesia reconvertida de la corrupción y confusión generalizada a la rectitud y santidad plenas por la fe en Jesucristo, para revelar al mundo la imagen de Dios que por siglos la misma iglesia prostituida ha distorsionado y desacreditado, incluidos los variopintos seminarios y escuelas de teología que no son más que vertederos de residuos tóxicos, donde la estancia en ellas se ha vuelto para el estudiante sincero e ingenuo, un desafío de supervivencia espiritual y cuyo objeto principal de maltrato son las mismas Sagradas escrituras que clase a clase son faenadas según las habilidades del carnicero de turno.

Así revindico mi decisión y opinión, mientras el actual cristianismo siga representando una real amenaza para la fe en Jesucristo, es y será una vergüenza hacerse llamar cristiano. Insto a que más y más creyentes confirmen y revitalicen como nunca antes su fe en el Hijo de Dios, pero a distancia y a espaldas del cristianismo jurídicamente organizado.

 

 "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.."

 (S. Juan 10:27)

 

 

miércoles, 23 de junio de 2021

DE CRISTIANO A CREYENTE I


 Por:

 W A L T H E R

 

En las sagradas escrituras hay sólo tres versículos que hacen referencia al calificativo de “cristiano (s)” (Hechos de los Apóstoles 11:26; 26:28 y 1 S. Pedro 4:16). Calificativo que cumplía la función social de apodo o sobrenombre despectivo e incluso peyorativo para identificar a aquellos que fueron y seguían siendo seguidores de Jesús de Nazaret, habían creído y seguían creyendo en sus enseñanzas aún después de muerto y además desplegaban una insistente difusión de la vida y obra de su Maestro.

 La identificación de un grupo de creyentes con un nombre en particular que los relacionase con su maestro o una doctrina distintiva no es nueva, eso no reviste ninguna experiencia peculiar para los discípulos de Jesús. Los seguidores de Jesús el Cristo jamás pretendieron identificarse con un nombre en particular para resaltar su militancia, entendían que independientemente de su nacionalidad, condición social o vida pasada, todos eran uno en la fe de Jesucristo. Lo que los distinguía del resto de expresiones y confusiones religiosas que invadían el mundo conocido era su sorprendente testimonio de transformación personal, su conducta, principios, valores y estilo de vida que honraban la memoria del Maestro que afirmaban seguir, ¿amar y perdonar a los enemigos? ¿No abrigar envidias, rencores y venganzas? ¿No tener mayores ambiciones que la de imitar a su Señor? Y para colmo,  ¿estar dispuesto a padecer persecución o morir por sus convicciones sin presentar resistencia política o armada? Eran realmente luz y sal de la tierra en medio de la sociedad en que vivían, la vida trasformada por la fe en Jesucristo era su mejor carta de presentación y recomendación (S. Mateo 5:11, 13,14). Eran creyentes en el Dios creador de los cielos y la tierra, del Dios verdadero y eso bastaba. Su línea argumentativa apuntaba a reafirmar la realidad de un solo Dios por sobre todos los demás que pretendían divinidad y adoración. Habían millones de otros creyentes sinceros en diferentes deidades y que debían ser persuadidos con palabras y obras de justicia (Hechos de los Apóstoles 17:16-34)

Su vida coherente, la osadía, autoridad espiritual y moral en la predicación del evangelio llenaba de luz, donde quiera que fuesen su santa presencia contrastaba con las tinieblas imperantes. Vivían la vida del Maestro Jesús, su conducta pía era fruto de la pureza de sus pensamientos. Eran corderitos en medio de lobos. El hecho que los identificaran con tal o cual nombre les era indiferente, podrían haberles dicho: “los rebeldes”, “los sectarios”, “los fanáticos”, “los extremistas”, “los fundamentalistas”, “los cristianos” o “los ingenuos discípulos del endemoniado y encantador de Nazaret”.  Podrían haberlos acusado de difundir un “discurso de odio”, “subversivo”, “divisionista”, “discriminador” u “homofóbico”, pero respiraban paz, su conciencia estaba en armonía con los principios del cielo, no importa como los llamaran (1 S. Pedro 4:14; S. Juan 15:8). Todo calificativo insultante que pretendiese humillarlos, desacreditarlos o manchar su imagen como hombres y mujeres creyentes, era derribado por su santa conducta personal.

La promesa escritural señala como bienaventurados a aquellos que son víctimas de mentiras, insultos, difamaciones o persecuciones (S. Mateo 5:11; 1 S. Pedro 4:14) y no tienen por qué avergonzarse de ser seguidores fieles del Señor (1 S. Pedro 4:16). Los discípulos podían sentirse orgullosos de ser vituperados, porque todo el menosprecio hacia ellos era injustificado e infundado, eran perseguidos no por ser impíos, sino por vivir rectamente siguiendo las pisadas de su Señor (1 S. Pedro 4:15). Pero, ¿podemos decir lo mismo del actual mundo cristiano?

Con el transcurso de los siglos (sobre todo el siglo II) el término “cristiano” se normalizo, de ser un sobrenombre despreciativo, ahora identificaba a una comunidad particular de creyentes de buen testimonio y que constituían un verdadero catalizador de cambio y bendición para el mundo (a excepción de la edad oscura, donde el corrupto papado sembró el terror).

 Hoy la mayoría del así llamado mundo cristiano, en notable y escandaloso contraste con la iglesia apostólica, sí “padecen como homicidas, o ladrón, o, malhechor, o por entremeterse en lo ajeno” (1 S. Pedro 4:15) y sin embargo hasta dónde puede llegar su actual engaño y presunción de fe, que así y todo ¡glorifican a Dios por ello! ¡Victimizándose!

El cristianismo de hoy, mayoritariamente se ha degenerado y corrompido en grado sumo, se ha vuelto ineficaz, insípido, sin poder espiritual y nocivo para las sociedades modernas, dinamitando para siempre la fe y esperanza de millones de personas que día tras día ingenuamente caen en las redes de alguna de las miles de organizaciones cristianas de confusión religiosa, para luego sólo huir chasqueadas de ellas, decepcionadas y maldiciendo el nombre de Cristo. Hoy no es motivo de honra y orgullo identificarse como cristiano, más bien es causa de vergüenza ajena y burla, ser cristiano hoy es sinónimo de falsedad, sinverguenzura, mediocridad, ignorancia y mentira. Y lo más paradójico, es que no se trata de una reputación atribuida injustamente, sino ganada justificadamente, es decir no son alusiones calumniosas, sino totalmente veraces.  

¿Para que necesito hoy seguir identificándome como cristiano? ¿Para diferenciarme de las otras dos grandes religiones monoteístas? ¿Para recomendarme socialmente y obtener benignidad de los demás? ¿Para dar lastima? ¿Para engañarme a mí mismo y a los demás? ¿Para no ser contado como ateo?

Si hoy la iglesia quiere cumplir su misión de llevar al mundo a los pies de Cristo, debe ella primero arrepentirse de sus pecados y reconvertirse. La iglesia contemporánea se ha trasformado en un eficaz repelente para alejar a las multitudes de Jesucristo. El discurso cristiano moderno no es más que un gran eructo mal oliente que impregna de hipocresía a una sociedad enferma. El cristianismo actual no es más que un gran movimiento universal de impiedad institucionalizada que se extiende como gangrena y tiene como fin la destrucción total de los restos aún agónicos de cristianismo primigenio.

Desde hoy en adelante sólo seré un sencillo seguidor y creyente en Jesucristo. Nunca más diré con orgullo soy cristiano, más bien dejaré que mi boca cerrada lo grite al mundo con una vida consecuente, “así que, por sus frutos los conoceréis” (S. Mateo 7:20).

 

Luego dijo a Tomás:

"Pon tu dedo aquí, y mira mis manos. Acerca tu mano, y ponla en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente". (S. Juan 20:27)

 

Así, los que viven por la fe son benditos con el creyente Abrahán.

(Gálatas 3:9)