jueves, 25 de marzo de 2021

UN DIALOGO CREYENTE I


 

Por: 


W A L T H E R 

 

Hace unas semanas me encontré envuelto y sumido en una encrucijada existencial. Por una parte mi responsabilidad laboral y por otra la imposibilidad de atender presencialmente una situación personal que tocaba lo más hondo de mi ser. ¿Sería posible dividirme en dos, estar en dos lugares al mismo tiempo?

Un cataclismo emocional de proporciones pandémicas me sobrecogió de la cabeza a los pies. Sentía correr la sangre helada por mis venas, se paralizaron mis motivaciones, expectativas, por horas nada tenía sentido ni valor, un second interior estaba a punto de lanzar la toalla sobre el cuadrilátero de mi existencia.

Por horas senté a mi yo interior sobre el banquillo de los acusados, o mejor dicho de los condenados a la perdición eterna. Por horas olvide el tiempo, el cansancio, el hambre, el frío. Por horas salía a campo abierto a caminar en círculos como preso en sus horas de recreo con un solo objetivo, ser escuchado, pedir ayuda, literalmente clamaba en voz baja por una salida del torbellino que estaba por derrumbarme.

Desee retroceder el tiempo, que la vida terrena llegase a su fin lo antes posible, maldije algunos acontecimientos, lamente mi desobediencia, prometí lo increíble, doble mis rodillas, puse mi rostro en tierra, derrame lágrimas de desolación, reconocí mi completa impotencia y finitud. Y clavando mis ojos hacia las constelaciones que en mi romántica desesperación consideraba el despacho de Dios, comencé a hablar cara a cara con el único que podía librarme de la destrucción. ¿Cara a cara?

Mientras mis ávidos y seguramente desorbitados ojos intentaban abarcar todo el cielo y sus estrellas, con humilde disposición mi mente se lanzó en un dialogo creyente. Comenzó una experiencia que podría definir como un desafío humillante a la racionalidad humana suficiente. Más de alguno consideraría una conducta psicótica el comenzar un dialogo con la inmensidad cósmica que gobierna sobre mi cabeza, dirían que ésta comunicación en realidad es un monologo, es decir, un dialogo conmigo mismo. En efecto, si fuese conmigo mismo mis emplazamientos recibirían respuestas de mi yo presente, sin embargo lo que inicié fue un dialogo con otro distinto a mí, otro que no estaba físicamente junto a mí, no escuche su voz respondiendo mis alaridos interiores, ni sentí su mano acariciando mi cabeza para confortarme, tampoco mis ojos lograban individualizarlo por más que escudriñaban cada estrella que lograba distinguir, pero sabía y creía que allí estaba.

En una infantil ocurrencia, me figure que sería una imprudencia importunar al todopoderoso en horas del día entre tanto ajetreo y responsabilidades universales que debe tener, por lo que decidí buscarlo todas las noches para presentarme con mis sollozos de niño abandonado. Pero en realidad era yo quien en ese horario estaba sólo y concentrado para concretar aquel dialogo vital, pues de día tenía responsabilidades y deberes que cumplir para con mis semejantes. Y así, de noche me encontraba con aquel que es distinto a mí, es otro con el cual tenía una cita franca y directa, entendiendo que es inútil esconderle algo, pues aún mi vida interior para él está expuesta.

Creer y confiar en otro con facultades infinitas, más allá de toda comprensión humana. Aquel que en el límite de mi desesperanza puede modificar, crear, destruir, evitar o intervenir en todo como respuesta al dialogo creyente, un dialogo con un otro invisible, pero que está ahí mirando atentamente, escuchando pacientemente y actuando sabia y prestamente.

A los dos días de haber comenzado ese desafío abierto a la racionalidad humana suficiente, recibo noticias que me indican que mis suplicas habían sido oídas por mi mudo y aparentemente ausente amigo divino.

Aquellos suplicantes diálogos nocturnos con el otro distinto y superior a mí fueron tan reales y ciertas como la angustia espacio temporal que me acosaba. Comprendo que la esencia de ésta amistad humano/Divina es infinitamente superior a todo lo humanamente experimentado. El dialogo lo inicio, se concreta, sucede, pero debemos creer que éste sigue abierto, no termina cuando decidimos irnos a dormir, el omnisciente sigue en actitud dialogante y espera activamente nos dirijamos a él y retomemos la comunicación. Su intervención directa, oportuna y sobrenatural en el plano terrenal es la evidencia concreta de que no dialogamos con nosotros mismos, sino con otro distinto a nosotros y que se complace en que creamos que el dialogo es real y genera efectos prodigiosos en nuestra imperfecta realidad.

Desde esa extraordinaria experiencia hasta hoy, nace en mí una dependencia y lealtad hacia ese gran amigo, que como Padre aguarda cada noche continuar conmigo el dialogo creyente, un dialogo de dos, un dialogo confidencial...

"Me buscaréis y me hallaréis, cuando me busquéis de todo vuestro corazón”.

(Jeremías 29:13)