Por:
W A L T H E R
Introducción
Quisiera
en estas breves palabras, solamente reafirmar algo que me llena de seguridad e
inspiración. Y es, el estimular la confianza en la Palabra de Dios como el
resultado de una larga tradición y cooperación entre congéneres que tuvieron a
bien el compromiso, dedicación y responsabilidad de relatar, transmitir y
escribir lo que hoy atesoro como un legado a la humanidad, un pedacito del
cielo escrito en papel por manos humanas defectuosas, pero que laboraron
convencidos e inspirados por Dios.
De
igual manera, escribo mis apreciaciones sobre algo que de seguro otros ya han
escrito, pero no por eso son menos importantes. No escribiré un gran tratado
sobre cómo llegó a ser escrita la Biblia, sin embargo en mi corta experiencia
como investigador, algo he entendido de dicho proceso, no será perfecto, pero sin
duda el esfuerzo a contribuido a mi experiencia personal y académica.
Generando
una reflexión
La
Biblia como fruto de un extensísimo y arduo trabajo de composición, no hubiese
jamás existido si los acontecimientos allí narrados no hubieran sido
considerados de trascendencia cósmica. Es decir, debían ser recopilados y
escritos, tenía que ser así, dada la situación de desamparo en la que los
habitantes del mundo se encontraban por su conducta de franca rebeldía a su
Creador, éste debía involucrarse para el recate de sus propias criaturas. El
desarrollo del testimonio escrito aseguraría la presencia de Dios en medio de
quienes iban ser sus testigos.
Las
sociedades mutan, avanzan y se extinguen, y en este ir y venir, Dios interviene
en medio nuestro, pero quien sabe si la próxima civilización conocerá de éstas
irrupciones divinas. Si alguien no registrara los acontecimientos, no quedaría
rastro ni memoria alguna de nada ni de nadie, ni siquiera de Dios. Y es así
como éste mismo Dios se asegura que no haya hombre en el mundo que no ignore
acerca de las grandes obras de su creador.
Desde
un comienzo me llamó la atención lo que podríamos llamar el “el proceso de generación de la Biblia”. Recuerdo
vívidamente las palabras de mi profesor al afirmar que: “La biblia antes de ser escrita, fue vivida”. Y esto es justamente una
afirmación lógica y racional.
Como
es de esperar desde que la raza humana habita este mundo, ha vivido innumerables
experiencias, y si las situamos en un contexto cronológico más amplio podríamos
hablar de hitos o hechos históricos trascendentales que “merecen ser
consagrados”. La pregunta es, ¿Por qué consagramos éstos hechos/experiencias? Y
respondo: para que millones de personas que conformaran las generaciones
posteriores, puedan tener acceso, si bien no a todo, si a las experiencias que
son significativas para el devenir de la civilización humana.
Consideremos
algunas herramientas de transmisión, partiendo por la vía oral, cada
responsable de una familia relata a sus hijos y nietos, lo que a su vez recibió
de sus padres y abuelos, los detalles, las pasiones y las impresiones son
absorbidas por oídos y mentes ávidas de esperanzas, promesas o identidad. Éstas
generaciones receptoras de los épicos relatos a su vez continuarán “la misión”,
procurando en todo caso ser fieles a la información atendiendo a su naturaleza
Divina. Y aquí introduzco un elemento que distingue sustancialmente la esencia
de éste relato de otros, que también se han transmitido oralmente, pues los
acontecimientos si bien tienen como protagonistas a seres mortales y
corrientes, éstos están por así decirlo bajo la sobrenatural voluntad del
Creador, y son por ende catalogados de “testimonios canónicos”, que por
costumbre social, tribal o familiar se van consagrando como la historia
fidedigna de la providencia de Dios para con su pueblo. De aquí deriva la
confianza y certeza de que lo que se ha transmitido es así y no de otra forma,
pues cuenta con un factor clave, la infalible injerencia divina en la
realización de los hechos, su conservación y orientación a la hora de plasmar por
escrito lo que con posteriorirdad se considerará la palabra de Dios.
Y
como bien aprendí de mis profesores, en éste proceso creador de verdades
vivenciales a través de la historia, es Dios mismo quién se manifiesta entre su
pueblo débil y defectuoso, para aconsejarlo, iluminarlo y fortalecerlo, es Dios
por su Espíritu quien entra en nuestra realidad limitada, se mezcla y hasta se
mimetiza, pero ahí está, en medio nuestro. Dios no nos aísla como en un
laboratorio para experimentar con nosotros e introducirnos su voluntad en la
cabeza, sino que en la cotidianidad de la vida, ilumina sabía y amorosamente
nuestro entendimiento, a la vez nosotros, sus criaturas que le tememos
reverentemente nos sometemos voluntariamente a su dirección, sin ésta
aceptación de la voz de Dios a nuestra conciencia sería imposible la
realización del hecho y la experiencia religiosa.
A
partir de éste proceso histórico/religioso trasmitido de generación en
generación, evolucionamos irremediablemente a un paradigma más identitario,
propio, característico, hablamos de una religión propiamente tal, teniendo su
fundamento cimentado en experiencias y relatos de fe, con todos los elementos
propios de un sistema de culto. Las generaciones ya maduras y solidificadas han
modificado su relación con lo divino, las relaciones suelen ser ahora
fraternas, hay códigos de conductas sociales atravesadas por imperativos
éticos/morales que estructuran una cosmovisión particular de la vida. Nos
volvemos en cada generación una sociedad siempre en constante perfección, desde
nuestros condicionamientos socioculturales y morales, a la perspectiva segura
de guía sabia para perpetuar la verdad oral y escrita. “…para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. (Lucas
1:4-BJ)
El
Apóstol Lucas expresa de forma inequívoca éste proceso de generación de la
Biblia, o de reconstrucción oral y escrita de los hechos considerados por él
como la verdad, en Lucas 1:1 habla de “narrar
ordenadamente las cosas”; en el versículo 2 continúa: “las han transmitido los que desde el principio fueron testigos...”; el
versículo 3 dice: “escribírtelo por su
orden”. Lucas reconoce que él ha puesto toda su diligencia y empeño en
investigar todo desde sus orígenes.
Y
en ésta sinergia comunicacional e investigativa de miles y miles de testigos a través
de los siglos, yace el objetivo y anhelo divino, que es hacer del hombre un
participe de la voluntad divina, de la misma naturaleza divina, entendida ésta
como la plena restauración de la imagen de Dios en la criatura humana finita. Levantar
a la raza caída y débil desde su bajeza humana, hasta una condición igualmente
humana, pero dignificada por la fortaleza y compañía divina.
Conclusión
En
vistas de ésta doble naturaleza (humano-divina) en el proceso de transmisión,
es que se consolida la Biblia como un documento de manufactura humana, con
palabras de humano entendimiento, pero que sin duda es guiada por una voluntad
superior que hace de la iglesia su morada. Es decir, un libro humano inspirado
por Dios. El ser humano, es el receptor y transmisor del testimonio de Dios a
la comunidad de creyentes.
En
efecto, podemos estar tranquilos y abandonados a la lectura de los textos
sagrados canónigos, con la certeza de que jamás nos indicarán el camino equivocado,
tenemos el privilegio y la clave para no errar jamás, siempre y cuando segamos
sus verídicas orientaciones.