Por:
W A L T H E R
Análisis crítico a la perspectiva colectivista
redistributiva del libro
“La justicia crea futuro” de Jurgen Moltmann
He querido presentar un pequeño ensayo, distinto y
osado, pero con todo el respeto y la consideración que se merece quien me
supera en trayectoria y virtudes. Me atrevo a escribir estas líneas, como
estudiante que aspira a aprender de los de más experiencia y visión.
El tema a reflexionar es ¿Cómo crear justicia en la
sociedad? Para ello, he decidido presentar un análisis crítico al autor con el
fin de compartir otra mirada de la temática a desarrollar. Y desde la
perspectiva del autor, que según él, es la “perspectiva de la justicia de Dios”.
Una de las varias perspectivas que me gustaría
comentar, es la relación entre la comunidad y las personas según lo describe el
autor Jurgen Moltmann, en éste punto a mi modo de ver es algo radical y sesgado
en la visión que tiene sobre ciertas realidades. El habla del “principio de
competencia” como si en virtud de ella, la consecuencia automática fuese la
extrema división social (o laboral) entre fuertes y débiles, casi evocando la
frase tan conocida del darwinismo social de la “supervivencia del más apto”, en
circunstancias que la competencia o libre competencia si bien debe ser una
actividad regulada, no es intrínsecamente mala, sino necesaria y natural a toda
sociedad humana. Y quienes son incompetentes o menos hábiles, no podemos
estigmatizarlos o victimizarlos como “débiles” y a los competentes designarlos
prácticamente como abusivos y malos. Es absolutamente justo recompensar al hábil
justamente porque lo es, como es injusto recompensar igual que al competente a
quien no lo es. Cada cual recibirá su retribución, salario o recompensa según
sus méritos. ¿Y si el incompetente logra o recibe menos que el competente
debemos considerar eso un castigo? Incluso ya la conceptualización entre
“fuertes y débiles” está errada. Quien no recibe más de lo que merece por sus
competencias, esfuerzos o méritos no es débil, sino que está justamente en la
condición que le ha tocado estar, y en esa condición da todo de sí para obtener
lo que puede según sus méritos, quien se esfuerza no merece ser tratado de
débil y si quiere recibir más, debe haber un esfuerzo personal aún mayor para
superarse y alcanzar al competente y eficiente a fin de recibir más de lo que
acostumbra. Por ende ¿es injusta o perniciosa la competencia? No, es una
actividad motivadora tanto ética, social y económica. Ésta sana actividad
social no tiene nada que ver con lo que el autor describe como “una lucha de
todos contra todos” dando a entender que vivimos en una especie de sociedad
tribal y primitiva sin contrato social.
Como dice el mismo título del libro “La justicia crea
futuro”, pero todo depende de que entienden algunos por justicia, pues hay
quienes tienen una noción de justicia a lo Robin Hood y que como ha demostrado
la experiencia histórica no lleva un ningún buen futuro.
Según Moltmann, la alternativa a la pobreza es la
“comunidad” y no la propiedad. Me imagino que Moltmann cree utópicamente en una
sociedad donde todos aportan con cierta cantidad de bienes y servicios (sino
todos) donde nadie tiene propiedad privada o patrimonio propio y así a nadie le
falte nada, todos se proveen de todo en igualdad de condiciones y hasta en la
proporcionalidad de los bienes que les toque a cada uno. Sería interesante
saber ¿Quién sería el responsable de administrar y distribuir equitativamente
todo en esa comunidad? Y si se reparte todo ¿de dónde y cómo producirán para
seguir supliendo las carencias que jamás terminan?
Es parte de las aspiraciones naturales del ser humano,
desear tener un hogar, formar una familia, contar con una vivienda propia. De
igual manera el sentido común nos mueve a lograr objetivos, fijarnos proyectos
personales y familiares. Producto de esos anhelos son la adquisición de bienes
materiales que pasan a ser parte de nuestro patrimonio personal, para el goce y
disfrute, tanto mío como de mis seres queridos más cercanos. Y todo esto
normalmente se realiza en perfecta relación y armonía social con mis jefes, compañeros
de trabajo, vecinos y gracias a las relaciones con el resto de ciudadanos que
comparten casi las mismas aspiraciones. Éste
proceso social, ¿es acaso el catalizador para convertirme en un ser “menos
humano”, “solitario y aislado”, me debo considerar responsable de la “muerte social”
de otros?
Según el autor, deberíamos renunciar a esas esperanzas
personales, para optar por la comunidad, y depender de que nuestras necesidades
sean satisfechas por ese colectivo caritativo, es la voluntad colectiva quien
reemplaza la voluntad personal, o por lo menos la limita considerablemente
entendiendo que debería irme olvidando de la propiedad privada. Es en
definitiva una renuncia voluntaria (quizás bajo presión) total o parcial de mis
proyecciones individuales, para adherir a una especie de proyecto en conjunto,
el cual debo aceptar por consideración a los demás. El autor de forma muy
inocente propone implementar un sistema solidario, donde juntos solucionaríamos
todas las dificultades, seremos “ricos” en amistades y vecindades idílicas,
etc.
Según el autor, los grandes centros industrializados y
administrativos “han empobrecido” los pequeños municipios y a “desertizado el
campo”. Me da la impresión que Moltmann no es muy amigo del desarrollo, la
prosperidad y la modernización. Al querer “devolver muchas de las funciones e
ideas transferidas a las instancias centrales”. Querrá Moltmann frenar las
inversiones, la instalación de industrias, la tecnología y dejar a las
comunidades con las más rústicas y primitivas formas de trabajo, que, en vez de
usar tractores, sigamos usando bueyes, en vez de automóviles, volvamos a las
carretas, que el campesino no se capacite en las nuevas tecnologías y las
inserte en sus campos. ¿Entenderá que el progreso y el desarrollo implican
inevitablemente el desplazamiento de seres humanos hacia donde se les ofrezcan
mayores perspectivas laborales y salariales? Los seres humanos sociables,
mutan, cambian y están dispuestos a hacer todos los cambios y sacrificios para
lograr sus metas o simplemente adaptarse a los tiempos. ¿Soñara Moltmann con
una vuelta a la sociedad feudal o tribal?
El autor, luego de su narrativa socio-económica colectivista/distributiva
que ofrece como solución a la pobreza, intenta relacionar su “solución” con la
experiencia cristiana primitiva de Hechos 4:32 que dice así: “La multitud de los que habían creído era de
un corazón y un pensamiento. Y ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía,
sino que tenían todas las cosas en común”.
El texto bíblico aludido nos habla de que “era de un corazón y un pensamiento”. En
efecto, el mismo pensamiento que predominaba en quienes habían creído, no era
un sistema económico, político y social que tenían que promover en palestina y menos
al imperio romano, sino que tenían un mismo propósito, anhelos, y esperanza. El
amor por el próximo les hacía olvidarse de ellos mismos, tal cual el ejemplo de
su Maestro.
“Y ninguno decía ser suyo nada de lo que
poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. La renuncia voluntaria
por amor al otro era una característica de la iglesia. El desprendimiento
personal era un fruto de su relación con Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Éste estilo de vida fraternal y comunitario se veía alimentado por
las mismas circunstancias que les tocó vivir a cada iglesia que se reunían en
clandestinidad por la estricta observación y persecución judía (romana
posteriormente). Y todo esto se enmarca dentro de una experiencia espiritual
que debería ser nuestra experiencia hoy.
Según Moltmann “el
modo que tengamos de trabajar y de repartir las posibilidades de trabajo,
determinará, no sólo nuestro destino personal, sino también nuestro destino
colectivo”. No debemos olvidar, el hecho de que Moltmann propone eclipsar
las aspiraciones personales en beneficio de un sistema de cooperación
colectivo, pero curioso resulta notar algunas de sus propuestas (que no son
nuevas). Pone especial atención en “el modo de trabajar” y para eso enuncia
algunos “compromisos por la justicia”, uno de ellos es, “la reducción de la
jornada laboral”. Pienso que difícilmente una sociedad como la que describe
Moltmann podría alcanzar la felicidad, la equitativa remuneración, la justa
distribución de las oportunidades de trabajo reduciendo las jornadas laborales,
cuando lo que lógicamente todos quieren es aumentar sus ingresos, su poder
adquisitivo y concretar proyectos y para eso la lógica misma nos indica que hay
que trabajar más. Habla de “repartir las
posibilidades de trabajo” ¿En éste caso, quien sería el todopoderoso
encargado de repartir esas posibilidades? ¿Acaso las posibilidades no se deben
ganar en atención a los méritos y esfuerzos personales? Si existe algo o
alguien que reparte esas posibilidades ¿dónde queda la libre competencia?
¿Quién reparte bajo qué criterios lo hará?
Otro aspecto de ésta justicia que crea futuro tiene
que ver con “la comunidad entre
generaciones”. Jurgen Moltmann introduce la expresión del “contrato generacional” y “seres generacionales” para hacer
alusión a una obligación/deber moral en el cuidado mutuo entre padres e hijos.
Estas nobles nociones de cuidado paterno/filial las transforma en obligación
moral para con el prójimo no familiar, entendido como la sociedad toda, pues
dice él “todo hombre vive inserto en una
cadena generacional” que nos obliga, para añadir de rematadas que existe un
“egoísmo de la generación actual respecto
de las generaciones venideras” endosándonos desde ya una responsabilidad
por los incompetentes o no eficientes por venir. Y para alimentar nuestro
sentimiento de culpabilidad enumera una serie de supuestos catastróficos que va
desde el consumo de las reservas petroleras hasta la acumulación de residuos
atómicos.
Lo que me alarma y me llama poderosamente la atención
es su insistencia en que nada es o puede ser de nadie en particular, todo debe
pertenecer a un colectivo que de forma justa y equitativa realizaría una
igualitaria distribución. “Todo
ordenamiento de la propiedad debe enmarcarse en el contrato generacional,
porque en estricta justicia, la propiedad sólo debe utilizarse teniendo en
cuenta las generaciones venideras”. ¿A qué generaciones venideras se
referirá Moltmann? ¿A mis hijos y nietos? ¿O a que mi propiedad con “función
social” debo ponerla al servicio y disponibilidad del colectivo desprovisto?
¿De qué clase de justicia está hablando Moltmann? Y todo esto en virtud de un
supuesto contrato generacional.
Las generaciones también están insertas en un ambiente
natural, osea la relación del hombre con su medio ambiente. Moltmann nos llama
“seres naturales”.
Interesante es que el autor haga referencia a
religiosidades cósmicas de carácter animista como parámetro ejemplificador para
las modernas sociedades. Ya percibía yo la preferencia de Moltmann hacia
sociedades más primitivas. Por supuesto el factor miedo vuelve una vez más en
las descripciones de lo que nos depararía el futuro, haciendo alusión a una
supuesta extinción humana. Una idea que se vuelve reiterativa en todas las
paginas analizadas es su desprecio por el desarrollo/crecer. “…las sociedades sólo se preocupan por
crecer y expansionarse…”. Y propone algo que llama “conversión radical”,
que no es más que insistir en implementar un viejo paradigma reeditado y que
consiste nuevamente en una reforma en “los
modos de producción de la industria”.
Es totalmente rescatable la preocupación e interés que
manifiesta Jurgen Moltmann por la responsabilidad individual hacia la
naturaleza, la búsqueda de la justicia y la paz. “es menester, ante todo, un nuevo aprecio de la naturaleza y un nuevo
respeto por la vida de las demás criaturas”. Y su intenso llamado a
redescubrir al Dios de la naturaleza, al creador.
Dudo que en estos días la principal y más urgente
tarea de la iglesia debería ser una “reforma ecológica”, me parece que la
iglesia debe ser sal de la tierra desde otra dimensión y bajo otra bandera, sin
embargo, reconozco que la iglesia puede ser un vehículo educativo eficaz en
proceso de reforma en las áreas que propone Jurgen Moltmann.