miércoles, 12 de julio de 2023

UN CASO HISTÓRICO DE ACCIÓN VIRTUOSA

 


Por:

W A L T H E R


Si se trata de construir una explicación sobre las acciones virtuosas, en particular, de la prudencia, lo primero que debemos anticipar (aunque se da por sentado) es que hablamos de lo que es propio de lo humano, el campo de existencia y desarrollo de la prudencia es el ser humano. Esta virtud se explica y comprende en tanto ésta encuentra su expresión en el ser-humano (no animal). Y dado que las virtudes están siempre ligadas a la facultad humana del razonamiento como factor exclusivo y excluyente, mal podríamos ampliar la búsqueda y explicación de las virtudes en las bestias irracionales. “la virtud está siempre en conexión con la prudencia y la guía de la razón. Por la prudencia el ser humano se hace capaz de juzgar con rectitud” (Virtudes Cardinales, Rodríguez. P. 1);” llamamos prudentes a los que, para alcanzar algún bien, razonan adecuadamente” (Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro VI. P. 273).

Hablar de prudencia en el hombre es admitir un principio rector, adquirido, arraigado y en plena expansión experimental, pues en la prudencia misma subyacen amplias sub-virtudes complementarias y benefactoras a la existencia individual/interior, social y hasta política del hombre. Así. Por ejemplo “parece propio del hombre prudente ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo” (Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro VI. P. 273). En la deliberación hallamos una herramienta de análisis, y que es una parte constitutiva de la prudencia.

Elemento esencial de la prudencia y que es parte de su sustancia, dice relación con el orden moral. En efecto, el hombre virtuoso aspira a la vida en rectitud, su juicio es estructurado y orientado hacia las verdades morales, las cuales a conocido y comprendido como la senda hacia la buena vida o la vida feliz. De aquí deducimos que el hombre al ser consciente de lo bueno y veraz, será movido por su voluntad a la realizar las acciones necesarias para la obtención de sus objetivos. Como dice Aristóteles “la prudencia es un modo de ser racional, verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el hombre”. (Ética Nicomáquea, Libro VI. P. 273).

Aristóteles expresa que “son prudentes, porque pueden ver lo que es bueno para ellos y para los hombres”. Y aquí añadimos otra arista a nuestros comentarios, y es, que la prudencia es una virtud que, si bien tiene una génesis individual, moral y que subyace en el fuero interno de todo individuo, también posee una dimensión externa, social y pública. Estamos hablando del contacto relacional y vivencial con otros congéneres, a quienes debemos (así lo razona el ser virtuoso) involucrar, hacer coparticipes y hasta instar a desear al igual que nosotros la vida virtuosa. En esta misión cotidiana y espontanea, nos servirán los principios morales bases como arquitectura interior para discernir, discriminar, diferenciar, dilucidar lo deseable de lo que no lo es, lo que quiero evitar, como lo que deseo alcanzar, lo placentero y lo que me produce aversión. Por ende, la prudencia considerada como, la que dota al hombre de capacidad para discernir y juzgar, no solo nos ayuda en nuestro actuar particular, sino que obra inevitablemente con fuerza centrífuga para bien de los demás.

La pregunta que nos podríamos formular es, ¿Ha habido en la historia humana sujetos poseedores de dicha virtud, tan apreciada por algunos y desconocida para otros?, la respuesta es sí, uno de ellos es el mítico reformador religioso Martín Lutero, cuya gesta heroica del 31 de octubre de 1517 al clavar sus noventa y cinco tesis en la puerta del catillo de Wittemberg en Alemania marco un precedente que replantearía la fe y hasta la geo política europea para siempre.

Al contrario de lo que la percepción colectiva poco avezada cree. El monje agustino obrando conforme a su inteligencia y recta razón iluminada por las sagradas escrituras que le proporcionaron las respuestas teológicas y espirituales que buscaba desde hace mucho, fue por decirlo de alguna manera acumulando seguridades, evidencia y convicciones que llegado el momento (según la divina providencia) no dudaría en dar a conocer, así consta en los testimonios del mismo Lutero y de escritores e investigadores reputados como Lucien Lebvre quien afirma que las convicciones del monje lo llevaron a la acción, cuando las condiciones fueron propicias (la venta de indulgencias). “Esta virtud, por tanto, no se limita a deliberar y juzgar qué se debe hacer y qué no en general, ni siquiera en cada caso concreto, sino que la prudencia mueve a realizar la acción”. (Virtudes Cardinales, Rodríguez. P. 1)

Con esto no queremos afirmar que Martin Lutero era un ser perfecto, pero si reconocemos que poseía dotes naturales que ayudaron a crear en él, una o mas virtudes, pero sin lugar a duda la prudencia jugo un rol determinante al proporcionar la arquitectura valórica/ontológica que lo mantuvo firme a la hora de soportar la presión a la que fue sometido. Éste despliegue audaz de principios morales se hicieron públicos en la famosa dieta de Worms, donde fue conminado a retractarse, a lo que el valiente reformador respondió con las legendarias palabras A menos que no esté convencido mediante el testimonio de las Escrituras o por razones evidentes —ya que no confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado continuamente y se han contradicho— me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia. Que Dios me ayude. Amén (Lutero, Dieta de Worms. 1521)