Por:
W A L T H E R
Si se trata de construir una explicación sobre las acciones virtuosas, en particular, de la prudencia, lo primero que debemos anticipar (aunque se da por
sentado) es que hablamos de lo que es propio de lo humano, el campo de
existencia y desarrollo de la prudencia es el ser humano. Esta virtud se
explica y comprende en tanto ésta encuentra su expresión en el ser-humano (no
animal). Y dado que las virtudes están siempre ligadas a la facultad humana del
razonamiento como factor exclusivo y excluyente, mal podríamos ampliar la
búsqueda y explicación de las virtudes en las bestias irracionales. “la
virtud está siempre en conexión con la prudencia y la guía de la razón. Por la
prudencia el ser humano se hace capaz de juzgar con rectitud” (Virtudes
Cardinales, Rodríguez. P. 1);” llamamos prudentes a
los que, para alcanzar algún bien, razonan adecuadamente” (Aristóteles,
Ética Nicomáquea, Libro VI. P. 273).
Hablar de prudencia en el hombre es admitir un principio
rector, adquirido, arraigado y en plena expansión experimental, pues en la
prudencia misma subyacen amplias sub-virtudes complementarias y benefactoras a
la existencia individual/interior, social y hasta política del hombre. Así. Por
ejemplo “parece propio del hombre prudente ser capaz de deliberar rectamente
sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo” (Aristóteles, Ética
Nicomáquea, Libro VI. P. 273). En la deliberación hallamos una herramienta de análisis,
y que es una parte constitutiva de la prudencia.
Elemento esencial de la prudencia y que es parte de su
sustancia, dice relación con el orden moral. En efecto, el hombre virtuoso
aspira a la vida en rectitud, su juicio es estructurado y orientado hacia las
verdades morales, las cuales a conocido y comprendido como la senda hacia la
buena vida o la vida feliz. De aquí deducimos que el hombre al ser consciente
de lo bueno y veraz, será movido por su voluntad a la realizar las acciones
necesarias para la obtención de sus objetivos. Como dice Aristóteles “la
prudencia es un modo de ser racional, verdadero y práctico, respecto de lo que
es bueno y malo para el hombre”. (Ética Nicomáquea, Libro VI. P. 273).
Aristóteles expresa que “son prudentes, porque pueden
ver lo que es bueno para ellos y para los hombres”. Y aquí añadimos otra
arista a nuestros comentarios, y es, que la prudencia es una virtud que, si
bien tiene una génesis individual, moral y que subyace en el fuero interno de
todo individuo, también posee una dimensión externa, social y pública. Estamos
hablando del contacto relacional y vivencial con otros congéneres, a quienes
debemos (así lo razona el ser virtuoso) involucrar, hacer coparticipes y hasta
instar a desear al igual que nosotros la vida virtuosa. En esta misión
cotidiana y espontanea, nos servirán los principios morales bases como
arquitectura interior para discernir, discriminar, diferenciar, dilucidar lo
deseable de lo que no lo es, lo que quiero evitar, como lo que deseo alcanzar,
lo placentero y lo que me produce aversión. Por ende, la prudencia considerada
como, la que dota al hombre de capacidad para discernir y juzgar, no solo nos
ayuda en nuestro actuar particular, sino que obra inevitablemente con fuerza
centrífuga para bien de los demás.
La pregunta que nos podríamos formular es, ¿Ha habido en
la historia humana sujetos poseedores de dicha virtud, tan apreciada por
algunos y desconocida para otros?, la respuesta es sí, uno de ellos es el
mítico reformador religioso Martín Lutero, cuya gesta heroica del 31 de octubre
de 1517 al clavar sus noventa y cinco tesis en la puerta del catillo de
Wittemberg en Alemania marco un precedente que replantearía la fe y hasta la
geo política europea para siempre.
Al contrario de lo que la percepción colectiva poco
avezada cree. El monje agustino obrando conforme a su inteligencia y recta
razón iluminada por las sagradas escrituras que le proporcionaron las
respuestas teológicas y espirituales que buscaba desde hace mucho, fue por
decirlo de alguna manera acumulando seguridades, evidencia y convicciones que
llegado el momento (según la divina providencia) no dudaría en dar a conocer,
así consta en los testimonios del mismo Lutero y de escritores e investigadores
reputados como Lucien Lebvre quien afirma que las convicciones del monje lo
llevaron a la acción, cuando las condiciones fueron propicias (la venta de indulgencias).
“Esta virtud, por tanto, no se limita a deliberar y juzgar qué se debe hacer y
qué no en general, ni siquiera en cada caso concreto, sino que la prudencia
mueve a realizar la acción”. (Virtudes Cardinales, Rodríguez. P. 1)
Con esto no queremos afirmar que Martin Lutero era un ser
perfecto, pero si reconocemos que poseía dotes naturales que ayudaron a crear
en él, una o mas virtudes, pero sin lugar a duda la prudencia jugo un rol
determinante al proporcionar la arquitectura valórica/ontológica que lo mantuvo
firme a la hora de soportar la presión a la que fue sometido. Éste despliegue
audaz de principios morales se hicieron públicos en la famosa dieta de Worms,
donde fue conminado a retractarse, a lo que el valiente reformador respondió
con las legendarias palabras “A menos que no esté convencido mediante
el testimonio de las Escrituras o por razones evidentes —ya que no
confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado
continuamente y se han contradicho— me mantengo firme en las Escrituras
a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la
Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no
es seguro o correcto actuar contra la conciencia. Que Dios me ayude. Amén (Lutero,
Dieta de Worms. 1521)