miércoles, 29 de septiembre de 2021

HUMANO EXCEPCIONAL


 Por:

 

W A L T H E R

 

 A propósito de una interesante exposición que escuche de un profesor, donde muy hábilmente relacionaba dos conceptos aplicables a seres humanos, el de excepción y excepcionalidad. E inmediatamente mi mente comenzó a disfrutar de lo que algunos escritores puritanos llamaban la “meditación ocasional”. Y como toda buena meditación creyente debe girar en torno al sagrado texto, las cosas celestiales y eternas (Josué 1:8).  Así fue que uno de los primeros personajes a quien relacione con la excepción y la excepcionalidad fue al mítico apóstol Pablo.

De una forma u otra, todo humano creyente debería ser una genuina excepción, lastimosamente y como ya he expuesto en publicaciones anteriores (“de cristiano a creyente”) eso dista mucho de ser una realidad elocuente. Sin embargo, también reconozco que en la profana generalidad, es el anhelo egoísta de todo ser humano-social el diferenciarse positivamente de los demás congéneres, y digo anhelo egoísta, porque éste no es solidario ni empático, mientras menos sean las excepciones mejor, es más, si fuese posible, conservar para siempre la excepcionalidad para la propia gloria. “y dijo: "¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué con la fuerza de mi poder, para residencia real y para gloria de mi grandeza?" (Daniel 4:30).

De ahí, que el humano creyente en el Dios único y veraz, siempre debe aspirar a la excepcionalidad, no sin antes constituirse primero en una real y noble excepción reconocida por el gran YO SOY y luego por el humano entorno, real por cuanto no pertenece a la profana generalidad y noble por destilar altruismo.

En el contexto de una legítima y sana aspiración a la excepcionalidad, no nos señalamos a nosotros mismos como una excepción, sino que tardíamente podríamos  sorprendemos de ser excepcionales. En efecto, para cuando dilucidamos la excepcionalidad como una realidad en el ser, hemos asimilado sin mezquindades el hecho cierto que hemos sido la excepción.

El apóstol Pablo bien podría ejemplificar éste proceso vivencial, considerando que el futuro apóstol yacía en la profana generalidad religiosa “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más” (Fil. 3:4),   concentrado en destacarse, tomar distancia de entre los de su generación, en vistas al reconocimiento y posterior posicionamiento “Y en el judaísmo aventajaba a muchos compatriotas de mi nación, y era mucho más celoso que todos por las tradiciones de mis padres” (Gá. 1:14).  Sin lugar a dudas, el natural interés propio acampa a sus anchas.

Pero Pablo logro romper el ciclo de la abyecta generalidad, no por sí mismo, sino en conjunción con otro distinto y superior a él. ¿Dejo de aspirar a la excepcionalidad? (Fil. 3:12).  No, pero ahora esto ya no dependía íntegramente de él (Gá. 2:20). En efecto, entre la excepción y la excepcionalidad media una consagrada vida de olvido de sí mismo, de desprendimiento y renuncia. La excepción es señalada por otro y otros, he implica ser escogido de entre muchos (Hch. 9:15), pero la excepcionalidad se revela paulatinamente mediante el asombro, ésta revelación es madura, reposada y asumida con gratitud (Ap. 1-5). Ni lo uno ni lo otro, depende de nosotros, más bien sólo nos atañe la senda intermedia.

Quizás estemos tentados a preguntarnos ¿Soy una excepción? ¿Deseo ser un humano creyente excepcional? No hay maldad en plantearnos éstas inquietudes, ni debe embargarnos el temor, pues son propias a la misma finitud natural con la cual estamos constituidos. Pero hay un riesgo, y es divagar por mucho tiempo en ésta cuestión. En tal caso, fracasaremos junto con aquella mayoría que nada en el estanque de la profana generalidad.

El mítico apóstol Pablo comprendió esto, y su vida llego a ser un testimonio de extraordinaria excepcionalidad, dentro de su excepción. 

 

Porque en el evangelio la justicia que viene de Dios se revela de fe en fe, como está escrito: "El justo vivirá por la fe". (Ro. 1:17)

 

 

martes, 28 de septiembre de 2021

DE CRISTIANO A CREYENTE III


 Por:

 W A L T H E R 

 

 

Hace varios años, llegue a la siguiente conclusión:

 

"Nunca digas con orgullo soy cristiano,

Más bien deja que tu boca cerrada lo grite al mundo".

 

Estas sencillas, pero decidoras frases, ameritan una reflexión. En efecto, considero que ésta enfática declaración puede ser la gran y digna salida, o quizás el gran escape del decadente y patético cristianismo de hoy en día, para que de una vez por todas abandone el ridículo papelón que hace por doquier.

Me parece que estamos frente a un antídoto eficaz y a la solución final de la historia terrena de tan degradada institución. Rogando al gran YO SOY, que mi conclusión, derivada en seria propuesta, sea considerada por amor y consideración a las millones de almas destruidas espiritualmente. Es ahora el momento oportuno de poner un alto al genocidio. El mundo ya estuvo sumido en las grandes tinieblas de la Edad media con sus perniciosos y duraderos resultados. Es ahora, cuando se debe evitar el retorno de tan lamentable experiencia histórica y espiritual.

Aquel otro, distinto y superior a mí, el gran Creador ha sido víctima de reiterados ultrajes y descrédito por causa de una despreciable raza de seres que presumiendo ser hijos, siempre han terminado prostituyéndose, con el lodo hasta el cuello, pariendo bastardos y sumidos en fétidos burdeles con la cruz dibujada en la puerta.

Éste es el momento histórico, único, decisivo, para replantear la experiencia religiosa, prescindir de las significaciones, presunciones y etiquetas. Para evitar la colisión, dar un viraje radical al actual estado de confusa y embriagante fornicación espiritual. Rogando al Todopoderoso que mi conclusión ahora derivada en plegaria, encuentre eco en los resabios de oidores del Espíritu y practicantes del dialogo creyente.

No es un aporte a la humanidad, ni lo ha sido desde hace mucho llamarse cristiano. Bien convendríamos en guardar solemne y culpable silencio al respecto. Nuestra corroída realidad debe aguardar con paciencia la espontanea identidad que nos debe ser reconocida por quienes nos circundan a diario y no adelantarnos a exhibir unas credenciales manchadas de ignominia. ¡Cuán Descarados hemos sido! ¿Osar llamarnos cristianos? Como creyendo que ostentamos un título nobiliario, cuando no es más que un apelativo que unos pocos han tenido la legitima dicha de soportar.

Que el ejercicio diario de cerrar la boca por la fe sea tu ayo. Si te ejercitas reservadamente en éste apostólico estilo de vida, resultara en abono para tu sucia y culpable conciencia. Y si también, junto al dialogo creyente invitamos al régimen devocional, nuestro inconsciente será subyugado a aquel que todo lo sabe, a aquel que no podemos engañar, a aquel que es distinto y superior a nosotros. Ésta relación íntima, discreta y personal es diez mil veces más honesta que la pantomima en el que hemos sumido al mundo.

La perseverante y continua practica de no engañar a la sociedad con una profesión de cristianismo, redundará en una doble cosecha. Primero, al domesticar la boca para que ésta tenga expresamente prohibido decir lo que no es o somos, contribuimos a la demolición de la presunción de fe, la eliminamos por inanición, la matamos con la indiferencia. Así, extirpamos de sopetón la causa por la cual el mundo odia a Dios. Segundo, y como consecuencia de lo primero, insuflamos oxígeno revitalizador a todo nuestro ser, luego el Creador de todo lo que existe exhala por doquiera que caminemos luminosidad perceptible por los observadores hambrientos, y en éste entrar y salir, parimos sin remordimiento alguno, el eficaz, arrollador y genuino testimonio personal del noble creyente que nunca fuimos, pero con el que nos deberíamos reconciliar. Quizás así, cuando alguien note la luminosidad de nuestro ser y nos pregunte ¿Eres cristiano? nuestra boca se abra para decir con reverencia una verdad. Mientras ese día no llegue, “nunca digas con orgullo soy cristiano, más bien deja que tu boca cerrada lo grite al mundo”.

 

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

UN DIALOGO CREYENTE III

 

 

 

 Por:

 

W A L T H E R

 

 El dialogo creyente, es la conversación deliberada, vital y desnuda con el gran YO SOY, con el otro distinto y superior a nosotros. En efecto, el mundo sobrenatural se acerca a lo natural, te envuelve, te fusiona, no para generar jactancia ni presunción insensata, sino para incluirnos en la atmósfera de lo inmaculado sin adueñarnos de ella, pues ésta atmósfera es condicional, somos incluidos por el sólo hecho de ser buscadores y dialogantes. El dialogo creyente es habilitador de lo sobrenatural aquí y ahora.

La insistencia voluntaria en tal dialogo debe incluir el principio vital del reconocimiento de la propia inferioridad y necesidad. Es asumir la extraordinaria verdad ignorada inconscientemente de que ahora somos seres sin secretos, sin privacidad, sin escondrijos. Que desde que somos inmersos en lo sobrenatural mediante el dialogo creyente, estamos expuestos al cosmos, no hay partícula humana que no pueda ser escudriñada.  Participamos de aquella dimensión protectora y restauradora del ser, que es en definitiva, abandonarnos en los brazos de otro.

 En distintas circunstancias y fuera de ésta bondadosa dimensión, deberíamos experimentar la vergüenza y la humillación de la exposición, pero una vez inmersos en la dinámica dialogante la exposición juega a nuestro favor, el suave y delicado manto de lo sobrenatural nos proporciona la cobertura tranquilizadora de la amigable compañía del buen y fiel amigo, el cual es nuestro Eterno y Santo confidente.

Y como he afirmado antes “el dialogo creyente no siempre debería nacer de momentos apremiantes” (Dialogo creyente II). En efecto, si bien podemos ser conducidos a él por medio de circunstancias límites, éste dialogo sin lugar a dudas una vez encontrado se vuelve multiforme e innato, como también se le permite asumir osadas, sorprendentes y generosas expresiones. En otras palabras, si bien podemos iniciarnos en el dialogo creyente a través de una situación traumática, una vez conocido y asimilado logra un tierno e intenso anclaje.

Es muy posible que nuestro interlocutor eterno se encuentre en necesaria reflexión o descanso, pero nuestra seguridad radica en que éste siempre toma nota hasta del más pequeño suspiro emitido por quien se encuentra en su radio de alcance. Quizás el cansancio, el desánimo o la agónica lucha interior nos lleve sólo a balbucear un dialogo, como quien emite sus últimas palabras antes de morir, sin embargo no deja de ser dialogo habilitante, aún se mantiene dentro de la atmósfera sobrenatural y no quedará sin respuesta, ésta vendrá mientras esperamos. Y mientras esperamos, la vida continúa no en desconfianza y desesperación ¿Por qué? porque vivimos insertos en aquella dimensión protectora y aleccionadora, aceptando día a día la infinita voluntad de quién lo sabe todo.

La anhelada respuesta puede sorprendernos sin duda, y no debemos temer, el dialogo creyente es la garantía que asegura la dotación habilitadora para descubrir la multiforme manifestación de la respuesta, ésta puede darse a entender después de un abrir y cerrar de ojos, puede arribar directo a la conciencia, al amanecer, justo cuando escuchamos a los primeros pajarillos, con un velo escrito frente a nuestros ojos durmientes, una lectura devocional que aprieta nuestro pecho, un inesperado mensaje de otro ser humano que vive en dialogo habilitante. Ni siquiera un débil intento de dialogo será ignorado o quedará sin respuesta, pero eso sí, no cualquier diálogo, sino sólo el creyente en el gran YO SOY, el otro distinto y superior a nosotros.