lunes, 21 de septiembre de 2020

¿SOMOS VICTORIOSOS?

 


 Por:

 

W A L T H E R

 

 Me inunda una profunda tristeza interior, al punto de percibir a mis entrañas trastornándose con cada palabra pronunciada por prominentes líderes cristianos, íconos del evangelismo mundial decir públicamente y a viva voz: “¡oh, gracias Señor, por darnos la victoria! “. Y como si sus sentencias significasen garantías de un hecho cierto, sólo escucho grandilocuentes declaraciones que erizan los pelos, pero no tienen ningún efecto genuino y permanente en los oyentes, es como una dosis de morfina que se suministra en cada sesión. Una dosis suficiente para calmar los temores, engañar la conciencia y al cuerpo mismo. Éstos humanos parlantes de victorias al por mayor, no se dan la impopular tarea de explicar a las muchedumbres la sustancia de las cosas, de desgranar las formulas, de conducir hacia esa victoria entrando en el misterio de la piedad. Regalan el trofeo sin haber ellos mismos competido ni ganado. “Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción. Porque el que es vencido por alguno, es esclavo del que lo venció”. (2 Pedro 2:19)

Los cristianos, ¿son seres humanos victoriosos? Sí declaran que lo son, se asume que han vencido, que han ganado un batalla, una lucha, han eludido un gran obstáculo, y por defecto, existe un derrotado o vencido. ¿Qué o quién podría ser el vencido?, ¿podría ser la ideología neo marxista que ha infiltrado nuevamente toda la sociedad?, ¿la ideología de género?, ¿el postmodernismo?

Pues bien, vamos al grano, creo que estamos viviendo en la última etapa de la historia terrena, donde coexiste junto al mundo incrédulo la generación de cristianos más fracasada y degradada de la historia. Una generación que ha sido derrotada por su propia naturaleza caída, o mejor dicho “se ha dejado derrotar”,  es cristiano sí, pero no en victoria, sino en derrota e impotencia. Una derrota intrínseca, traumática, oculta y esclavizadora, su entrada en la fe de Jesús ha sido parcial, se ha reservado algunos manjares, de los cuales quiere seguir disfrutando, ha reformado su vida sí, pero hay aspectos de ésta que están más arraigados y que aún persisten.

La mente natural se manifiesta por medio de sutiles sugerencias, primero en voz baja, apenas asomando su cabeza, como quién vigila detrás de una muralla. Ella no exige ni fuerza a nadie, sino que se las arregla para hacerse notar. Siempre está presta a recomendarse en el instante más favorable a sus propósitos. Es una drogadicta que sufre constantemente crisis de abstinencia, e insiste amablemente para que satisfagamos su adicción. Condescendamos o no a ella, siempre volverá por más. Así se desliza como culebra la mente carnal, el yo moribundo, que se resiste a quedarse en el féretro de los deseos perversos.

La victoria sobre la naturaleza pecaminosa, cuyo vehículo radica en los deseos profundos proyectados en pensamientos e intenciones, es una experiencia desgastadora, es una guerra que no considera treguas, que requiere de una perseverante vigilancia. En efecto, la santificación instantánea, la victoria perpetua tan promocionada por los vendedores de ilusiones no existe. Lo que sí es una realidad, es la conquista progresiva por la fe en Jesucristo de cada tendencia y deseo abrigado en la intimidad de nuestro ser. Lo que sí es objetivo, es una perseverante resolución personal de no ceder, de escoger voluntariamente no satisfacer mis propios deseos ocultos, un centímetro aquí otro allá, ir ganando terreno a la suciedad, hasta arrinconarla, someterla y finalmente erradicarla, pero ésta “erradicación” es condicional a nuestro deseo de no darle bríos una vez más.  Nuestra parte consiste en decidir y mantenernos firmes en esa decisión, hacer un piadoso uso del poder que puede transformar el mundo, y que es, voluntad humana unida al poder divino, ellos son quienes nos darán la victoria permanente.

sábado, 19 de septiembre de 2020

VOCES Y TIZONES

 
 
Por:

 
 
W A L T H E R
 

 A propósito de una inesperada llamada telefónica que recibí de una antigua compañera de estudios, comprometida con la causa sincretista de una organización de diálogo interreligioso en mi país. Y como resultado de una ácida, bien argumentada y reveladora crítica que hice a una publicación de la ya mencionada organización, es que redacto éstas líneas. 

No me extrañó su celo, ni la vehemente defensa que intento hacer de su amalgamada y confusa organización. Celo que por lo demás lo tomo con mucha empatía y consideración cristiana, pues ella no sabe dónde está, ni lo que realmente está haciendo, ni la desgraciada trascendencia en términos espirituales que  ello implica. Y lo más desgarrador, es que quiénes podrían indicarle el camino a la rectitud están desprovistos de moral y autoridad espiritual para hacerlo. Corruptos corrompiendo neófitos.

En el mundo cristiano occidental, sobre todo en el latinoamericano, donde el residuo sucedáneo del cristianismo primigenio se extiende como gangrena, y prosigue su misión destructiva y fornicaria, pulverizando las últimas sensibilidades espirituales que van quedando en las muchedumbres decepcionadas e insatisfechas, surge de la penumbra y del anonimato un brote esperanzador de consecuencia religiosa. En efecto, es el ciclo natural y sinérgico, pues aún las mayores tinieblas espirituales terminan provocando chispas dispersas que caen en paja seca.

La fornicación espiritual, tan de moda hoy en los grupúsculos ecuménicos dedicados a “las espiritualidades”, también los podríamos llamar “pandillas de corrección religiosa”, ya que por lo general son grupos intolerantes a las disidencias, alérgicas al reproche moral, enemigos enquistados en la médula misma de la fe cristiana, actores autodidactas de primer nivel, despreciadores de la piedad personal, crueles y vehementes perseguidores de críticos, fariseos y saduceos infames y carnales.

Sin embargo, yacen en el corazón mismo de estas corruptelas del diálogo interreligioso almas ingenuas, profesionales, hambrientas, serviciales y comprometidas de buena fe, incluso buscadores de la verdad en medio del vertedero. Pues bien, estas almas sinceras mezcladas cual trigo con cizaña merecen la máxima compasión y paciencia. Ellas serán llamadas, serán rescatadas, su conciencia no permanecerá en tinieblas por mucho tiempo, oirán el grito desesperado de advertencia venido de ignorados y desconocidos lugares, debe ser así, no puede ser de otra forma, ¿Cómo reconocerán la verdad si no se la confronta con la mentira? La afilada controversia debe cortar las espesas tinieblas, la polémica suscitada soltará las cadenas, y una voz como de trompeta despertará las conciencias adormecidas. Ésta trompeta es el brote esperanzador de consecuencia religiosa que el ciclo final debe traer. La sangre volverá a derramarse por millares, trompeta tras trompeta será derribada, pero trueno tras trueno serán emitidos para enfrentar osadamente las tinieblas en estos últimos días.

La crisis planetaria que adelanto viene en camino, no tendrá como raíz las intrigas políticas, los enfrentamientos bélicos entre naciones, ni los desastres naturales o sanitarios, ni el golpe mortal de un asteroide, sino que la crisis que dividirá al mundo y determinará el destino de cada uno, será de naturaleza religiosa.

 No estamos lejos del surgimiento de una segunda y última edad media universal, el último oscurantismo espiritual que experimentará la raza humana, no sin antes tener la oportunidad de escuchar la voz reprensora y reconocerla como luz verdadera, esa es la última esperanza.

Espero que mi antigua compañera de estudios lea el libro que le obsequie una vez y reciba la luz que irradia de cada página, quien sabe si ella será un tizón arrebatado de las brasas. Ese es mi deseo.

domingo, 13 de septiembre de 2020

EL CLAMOR DE MIS ENTRAÑAS

Por:


 W A L T H E R

 

 Permítanme un exabrupto, permítanme una licencia sin que sea emboscado por las hordas puritanas del coro alabador y licencioso. Déjenme esbozar en pocas y osadas palabras lo que veo a mi alrededor, lo cual me avergüenza al punto de tomar desesperada distancia. Oigan integrantes del coro y preparen sus mejillas para el rubor. Apunten sus saetas de la impiedad ocultas en sus bóvedas craneales, alisten las flechas de sus más impúdicas palabras contra mí. Organícense cuales hienas salvajes sin Dios ni ley, que al igual que bestias, no saben pensar ni razonar cuando tienen hambre de carne fresca y sed de sangre tibia.

 Permítanme decir unas palabras antes de su alocada sentencia, sí, a ustedes cristianos, a las grandes mayorías desbordadas de fingida piedad, sí, a ustedes de la fe engañosa y destructora, a ustedes hermeneutas generadores de distorsión, a ustedes descendientes de Caín, amigos de Judas Iscariote e hijos de la princesa Salomé.  Permítanme decirles lo que pienso del cristianismo contemporáneo, de esa santa religión que ustedes han fermentado y prostituido. Permítanme antes de mi condenación final, confesar públicamente mi parecer respecto a su nueva teofanía, permítanme por piedad, referirme audazmente a la naturaleza de los restos degradados de lo que ustedes llaman iglesia.

Permítanme elevar una voz de protesta por amor a las emborrachadas almas, permítanme imitar al Bautista previa decapitación. Déjenme legar al mundo lo que ya no soporto en el corazón. Mi anhelo de justicia va más allá de consideraciones personales, mi mente no puede sino evocar los suspiros de aquellos que mueren día a día en las mugrientas manos de su coro chillador. Oigo un barullo, gritos de auxilio yacen suspendidos en la atmósfera nocturna, sólo si después de medianoche se concentras en la oscuridad y miran al cielo, reconocerán en cada estrella una lágrima anónima que ustedes han provocado.

El cristianismo actual no es más que un gran movimiento universal de impiedad institucionalizada que se extiende como gangrena y tiene como fin la destrucción total de los restos aún agónicos de cristianismo primigenio. La iglesia contemporánea se ha constituido en un repelente eficaz para alejar a la sociedad de Jesucristo. Si la iglesia pretende llevar al mundo a los pies del Salvador, debe ella convertirse primero al Dios que profesa. El discurso cristiano de hoy no es más que un gran eructo mal oliente que impregna de hipocresía a una sociedad enferma, los cristianos que beben leche rancia de sus vacas sagradas en cada reunión, no son más que enfermos terminales queriendo sanar enfermos crónicos. Las instituciones/empresas religiosas son colosales elefantes blancos dentro de las cuales se hallan los más profundos abismos marinos donde mora el gran Leviatán.

El clamor de mis entrañas es: ¡Salgan estrellas de Dios! Tracen los cielos como lluvia desaforada de aerolitos fugaces e iluminen la tierra con su luz, sean libres y hermosas. ¡Salgan almas del Señor! Hay un universo que recorrer, planetas que circundar, una eternidad por conocer y un Pastor que seguir…

Ahora sí, coro alabador y licencioso, integrantes ilustres de la sinagoga, pueden dejar caer sus piedras sobre mi cuerpo. Ahora sí, directores de conciencias, es hora de encender la hoguera. He dado la postrera amonestación, mi mente está en paz. Señor, a ti entrego mi espíritu.