Por:
W A L T H E R
“Si
quieres ser filósofo, prepárate para que se rían y se burlen de ti, para que
digan: ¡Mira, de repente se nos ha hecho filosofo!, o bien: ¿De donde se ha
sacado ese gesto arrogante de la ceja? Pero tú no levantes con arrogancia la
ceja y aférrate a lo que parece ser lo mejor, como si los dioses te hubieran
colocado junto a ello. Recuerda que, si mantienes firmemente tu actitud, los
que al principio se reían de ti terminarán admirándote, mientras que, si flaqueas,
tendrán un doble motivo para la risa”
La
filosofía nos proporciona la posibilidad de ir más allá, partir incluso de una
observación básica y hasta casual. Nos invita a dejarnos sorprender,
impresionar, a permitirnos curiosear, a preguntarnos por las causas.
Hay
culturas y civilizaciones que no cultivaron la filosofía con la misma pasión y
dedicación, no llegaron a conclusiones tan profundas como si lo lograron otras.
Los primeros filósofos así llamados “presocráticos” se plantearon el origen de
todo, algunos propusieron el fuego, otros el agua. Al repasar la evolución del
pensamiento filosófico occidental, notaremos la búsqueda constante y
perseverante de respuestas con las más amplias de las libertades. Un modo libre
de indagación y de enfrentarse al mundo con multitud de preguntas.
Hasta
la disruptiva aparición del gran Sócrates, Platón y Aristóteles con sus
planteamientos que abarcan todas las ocupaciones humanas que se desarrollan sobro
todo en la ciudad, la vida del ciudadano ideal, la fundación de escuelas
filosóficas inspiradas en los más nobles propósitos y que hasta hoy perduran
sus planteamientos.
Pero
la filosofía es un entramado que surge de circunstancias previas para derivar
en oficio pensante. En efecto, primero que todo debemos comprender que la
filosofía en cuanto ciencia, tiene como propósito buscar, saber, entender y
preguntarse por la realidad para aproximarse a la verdad. Y siendo fiel a su
nombre, es una ciencia en cuya etimología yace su misma vocación y misión,
“amor al saber”. La misma palabra “amor” nos evoca algo puro, intenso, hermoso,
sincero, profundo, comprometido, etc. Y algo de todo esto hay, es decir, la
filosofía contiene en su esencia un impulso poderoso que la lleva a emprender
su camino de búsqueda de la verdad hasta sus causas últimas, está dispuesta a
llegar hasta las mismas fronteras de la realidad.
Este
impulso y pasión primigenio de búsqueda y amor por la sabiduría se funda en un
fenómeno cognitivo que es natural a todo ser humano, pero, aun así, unos pocos
se proponen prestarle la debida importancia, y es el asombro, ese instante de
lucidez sapiencial, el maravillarse de un instante a otro, el momento preciso
en que la conciencia se expande o ilumina, como el nacimiento de una estrella
en una gran explosión. Es el asombro la chispa que enciende la gran flama de la
actividad filosófica.
Dicho
esto, es preciso señalar que, quien no resiste la invitación al asombro, asume
la búsqueda apostólica de la verdad como razón de su existencia terrenal. Se
abandona al escudriñamiento reflexivo y razonado como vía segura hacia el
objetivo y la meta como buen trabajador del espíritu. Este compromiso
vocacional y voluntario requiere de tesón, determinación, esfuerzo y sacrifico
¿y que del tiempo invertido? ¿Qué momento del día o de la vida se sacrifica en
pos del quehacer filosófico? ¿una actividad absorbente que merece retribución
pecuniaria? ¿actividad laboral?
La
única y verdadera actividad laboral, el trabajo al cual todo buen humano debe
propender, es al trabajo del espíritu, que le permita dedicarse al
trabajo/misión del ocio letrado, a las artes libres, como bien señalo Santo
Tomás, “aquellas que están destinadas al saber” (In Met., 1, 3.)