Por:
W A L T H E R
Antes de comenzar mis desencarnadas observaciones,
respecto de lo que hace ya bastante tiempo creo, y como resultado espontaneo de
una dilatada observación de los hechos, una contundente comparación e
investigación teológica, la indignación, impotencia y vergüenzas ajenas
acumuladas, es que apelo a la objetividad, racionalidad, sentido común y
humildad de quienes se sientan aludidos. No es tarea fácil ser introspectivo y
auto critico cuando eres parte sustancial del sector aludido. Como tampoco es
fácil para el aludido asimilar las declaraciones del que alude. Por ende, me
encuentro en la disyuntiva de ser tanto emisor como receptor de las alusiones.
Quiero recalcar,
ante todo, que soy un actor involucrado, pero también testigo y observador, y
como tal, necesito y debo presentar si fuese necesario, elocuente parresía,
atrevidas quejas, osada oposición. En definitiva, soy un aventajado observador
que manifiesta una protesta. Soy un protestante.
Es realmente impresionante, caminar por las calles de una
ciudad, y de pronto notar que a lo lejos se escuchan violentos voceríos, como
si de algún escándalo se tratase, y que a veces son acompañados por el
desparpajo de cómplices espectadores. El frenético barullo intimida aun estando
a muchos metros de él, asusta, despierta nerviosismo e incita a desviarse de
camino, no vaya a hacer que esté en peligro la integridad física de alguien, sin
duda la sensación es de amenaza latente. Pero en mi caso, prefiero acercarme al
epicentro del tornado y darme por enterado, ya que el uso de los ya tan
populares amplificadores y micrófonos permiten que a cierta distancia se logre
distinguir algo de los garabatos misilísticos lanzados por tan refinados
artilleros de la fe.
Lástima y vergüenza es lo primero que experimento al ver
predicadores callejeros en mi país. No lo digo con malicia ni jactancia, no
quisiese decir esto, pero es inevitable. Lo primero que hago al encontrar a una
de éstas personas vociferando por la calle, es situarme muy cerca de ellas,
hacer un esfuerzo por escucharla un momento, sólo me toma unos segundos para
absorber toda su peculiaridad histriónica, sus intimidantes y neuróticas gesticulaciones,
sus intimidantes o a veces erráticos desplazamientos, su seudo retórica balbuceante,
ininteligible, inexplicable, repetitiva, repulsiva, degradante, agonizante, incoherente,
quejosa, victimizante, miserable, irracional y patética. He visto algunos
escupiendo alaridos cual seres primitivos, sólo les faltaría botar fuego por su
garganta como dragón de cuentos. Otros pareciesen que están a punto de golpear
a los transeúntes. Otros dan saltos sin sentido, hacen movimientos violentos,
contorsiones infernales, golpean el suelo con sus pies haciendo sonar sus
zapatos prepotentemente. Unos logran vomitar dos o tres frases, para luego entonar
de sopetón y por unos segundos alguna estrofa de una canción o himno, repiten
constantemente palabras a modo de muletillas como para rellenar espacios ante
la falta de argumentos o escases de vocabulario. Su puesta en escena es la de
enajenados mentales y perturbados sin razón. Oírlos, sobre todo usando equipos
electrónicos, es una real tortura que estremece el ser.
No logro
comprender como alguien de entre sus manadas, moderadamente criterioso y con
una pisca de sentido común, no logra advertir el evidente nivel de perturbación
en la que han caído la inmensa mayoría de los ladradores callejeros. ¿Es tal el
nivel de ceguera que poseen, que no ven el daño irreparable que le hacen a la
causa que dicen representar? ¿Es tan grande el orgullo, que no les permite
admitir que llevan décadas desacreditando el evangelio? ¿Cómo pueden sentirse
orgullosos, o lo peor de todo, dignos de tan bochornosos espectáculos? ¡Si hasta
tienen la ocurrencia de disfrazarse con traje y corbata para hacer el numerito!
¡Mil veces prefería escuchar las lecciones de Zenon en la Stoa, o las de
Epicteto en Roma! Donde ciertamente se apelaría a la inteligencia, racionalidad
reflexiva y al cultivo de las virtudes por medio del dialogo coherente y
persuasivo.
Los ladradores callejeros, mal llamados predicadores, de
seguro deben experimentar muy dentro en su bóveda craneal, procesos cognitivos
extraordinarios, que los llevan a procesar la realidad en una multiplicidad
dimensional (MD) que los supera. Su autopercepción consiste en considerarse
parte de un eslabón fundamental en la sagrada tarea de presentar al mundo
incrédulo el único camino de salvación. La pregunta que me hago es ¿No será que
sus procesos (formación religiosa) cognitivos extraordinarios están viciados?
¿Qué tal si su autopercepción no deriva de la fuente (formadores religiosos) inspiracional
correcta? Por ende, si sus procesos son viciados y su fuente es incorrecta, su
autopercepción no es real, y han descendido al oscuro pozo de la confusión, a
la nada, es decir a la MD de lo irreal.
Son la expresión
viva de la degradación teológica/espiritual del cristianismo evangélico. Son el
residuo desgastado y pervertido de los predicadores, misioneros y evangelistas
bíblicos. Son la versión distorsionada y deformada de los dignos expositores
del evangelio de todos los siglos. Un sucedáneo de poca monta de aquel
magnifico movimiento espiritual descrito en el libro bíblico de los Hechos. Son
la versión equivocada de lo que debería ser.
Luego de ladrar
hasta desgastarse (a veces en jaurías), se retiran compungidamente del lugar de
los hechos, consolándose con la idea de ver pronto frutos de las “preciosas
semillas sembradas”, cuando en realidad han dejado tras sí un campo minado que mutilará
mentes, y a su vez se perpetuará endémicamente su percepción irreal en cientos
de almas.
El sincero pero torpe ministerio de los ladradores, no
son más que intentos chapuceros de discursos cristianos, sin contenido ni
inteligencia. Preferiría se abstuviesen de hacer lo que hacen, literalmente
hacen un ridículo público, y caen en la desvergüenza y la falsa pretensión.
Desvergüenza por que no se dan por enterados del papelón, inutilidad e
infructuosidad de sus actos, pretensión en tanto autoengaño, de creer de todo
corazón que están embarcados en una misión sagrada, que sirven y glorifican a
Dios, se figuran que lo que hacen es una obra heroica y eficaz, cuando la
realidad es otra, lo que generan es repulsión y perplejidad en sus oyentes, no difunden
luz, sino tinieblas, y aunque sus ladridos estén plagados de alusiones bíblicas
y llamados al arrepentimiento, cabe preguntarse ¿No serán más bien ellos quienes
requieren con extrema urgencia una reforma? ¿Creer en sus discursos y
arrepentirme para luego terminar como ellos? ¡No gracias!
La vergüenza ajena me sugiere tomar la palabra y en
nombre de la decencia y la dignidad humana, disculparme con los oyentes que
ingenuamente como corderos van al matadero, o mejor aún, advertirlos de la
amenaza que enfrentan al seguir como ratones al flautista de Hamelin, a ver si
logro despertar del hechizo a cuantos pueda. Exhortar al público oyente que
tengan compasión por éstas almas auto percibidos predicadores de Jesucristo, que
por misericordia los perdonen, porque no saben lo que hacen.
Los auto percibidos predicadores, al vivir en estado de
MD, carecen de las capacidades para interpretar la realidad, y éste fenómeno es
extensivo a toda su experiencia religiosa, por ejemplo, cuando son agredidos
por algún transeúnte u oyente en el desempeño de su sublime misión, no lo son
“por causa” del evangelio como su MD interpreta, sino que dichas agresiones son
el resultado esperado correspondiente a la siembra efectuada. No pueden esperar
buenos frutos derivados de procesos y fuentes formativos viciados, es decir de
una percepción irreal o autoengaño.
Aquí habría que analizar algo que me sorprende, y es el
doble rol que cumplen éstos eslabones de engaño auto percibidos predicadores,
es a saber, que son tanto victimas como victimarios. Victimas por cuanto han
sido deformados desde sus primeros pasos en su experiencia religiosa, y no
aludo a su experiencia personal originaria de conversión, sino a un momento
posterior a ésta experiencia, y es determinante porque es en ese preciso
momento cuando al alma pura, inocente y crédula se le insufla la
autopercepción, se la integra a la MD y de ahí el camino descendente al
autoengaño, constituyéndose en eslabón corrompido y corruptor, es una víctima inocente
que evoluciona convencida en su rol de victimario por la fe, y así es soltado a
la calle. ¿Quiénes son responsables de ésta corrupción espiritual? Respondo, los
eslabones anteriores, otras víctimas/victimarios, y así la cadena de vicio se
puede rastrear retrospectivamente por espacio de siglos.
¿Es posible romper
esa cadena? Sí, es posible ¿Cómo? Recuperando
la sensatez, la lucidez, la dignidad, pureza y educación (Eclesía reformata, Semper reformanda) Debe hacerse una incisión
profunda, dolorosa y permanente si es necesario. El proceso de restauración
implica identificar y reconocer el daño y el factor causante del mismo. Una
advertencia, quien se involucre en éste proceso de restauración, debe tener
vocación de mártir, recuerden, las jaurías son irracionales e imprevisibles, su
estado es de MD.