martes, 28 de septiembre de 2021

DE CRISTIANO A CREYENTE III


 Por:

 W A L T H E R 

 

 

Hace varios años, llegue a la siguiente conclusión:

 

"Nunca digas con orgullo soy cristiano,

Más bien deja que tu boca cerrada lo grite al mundo".

 

Estas sencillas, pero decidoras frases, ameritan una reflexión. En efecto, considero que ésta enfática declaración puede ser la gran y digna salida, o quizás el gran escape del decadente y patético cristianismo de hoy en día, para que de una vez por todas abandone el ridículo papelón que hace por doquier.

Me parece que estamos frente a un antídoto eficaz y a la solución final de la historia terrena de tan degradada institución. Rogando al gran YO SOY, que mi conclusión, derivada en seria propuesta, sea considerada por amor y consideración a las millones de almas destruidas espiritualmente. Es ahora el momento oportuno de poner un alto al genocidio. El mundo ya estuvo sumido en las grandes tinieblas de la Edad media con sus perniciosos y duraderos resultados. Es ahora, cuando se debe evitar el retorno de tan lamentable experiencia histórica y espiritual.

Aquel otro, distinto y superior a mí, el gran Creador ha sido víctima de reiterados ultrajes y descrédito por causa de una despreciable raza de seres que presumiendo ser hijos, siempre han terminado prostituyéndose, con el lodo hasta el cuello, pariendo bastardos y sumidos en fétidos burdeles con la cruz dibujada en la puerta.

Éste es el momento histórico, único, decisivo, para replantear la experiencia religiosa, prescindir de las significaciones, presunciones y etiquetas. Para evitar la colisión, dar un viraje radical al actual estado de confusa y embriagante fornicación espiritual. Rogando al Todopoderoso que mi conclusión ahora derivada en plegaria, encuentre eco en los resabios de oidores del Espíritu y practicantes del dialogo creyente.

No es un aporte a la humanidad, ni lo ha sido desde hace mucho llamarse cristiano. Bien convendríamos en guardar solemne y culpable silencio al respecto. Nuestra corroída realidad debe aguardar con paciencia la espontanea identidad que nos debe ser reconocida por quienes nos circundan a diario y no adelantarnos a exhibir unas credenciales manchadas de ignominia. ¡Cuán Descarados hemos sido! ¿Osar llamarnos cristianos? Como creyendo que ostentamos un título nobiliario, cuando no es más que un apelativo que unos pocos han tenido la legitima dicha de soportar.

Que el ejercicio diario de cerrar la boca por la fe sea tu ayo. Si te ejercitas reservadamente en éste apostólico estilo de vida, resultara en abono para tu sucia y culpable conciencia. Y si también, junto al dialogo creyente invitamos al régimen devocional, nuestro inconsciente será subyugado a aquel que todo lo sabe, a aquel que no podemos engañar, a aquel que es distinto y superior a nosotros. Ésta relación íntima, discreta y personal es diez mil veces más honesta que la pantomima en el que hemos sumido al mundo.

La perseverante y continua practica de no engañar a la sociedad con una profesión de cristianismo, redundará en una doble cosecha. Primero, al domesticar la boca para que ésta tenga expresamente prohibido decir lo que no es o somos, contribuimos a la demolición de la presunción de fe, la eliminamos por inanición, la matamos con la indiferencia. Así, extirpamos de sopetón la causa por la cual el mundo odia a Dios. Segundo, y como consecuencia de lo primero, insuflamos oxígeno revitalizador a todo nuestro ser, luego el Creador de todo lo que existe exhala por doquiera que caminemos luminosidad perceptible por los observadores hambrientos, y en éste entrar y salir, parimos sin remordimiento alguno, el eficaz, arrollador y genuino testimonio personal del noble creyente que nunca fuimos, pero con el que nos deberíamos reconciliar. Quizás así, cuando alguien note la luminosidad de nuestro ser y nos pregunte ¿Eres cristiano? nuestra boca se abra para decir con reverencia una verdad. Mientras ese día no llegue, “nunca digas con orgullo soy cristiano, más bien deja que tu boca cerrada lo grite al mundo”.