jueves, 31 de diciembre de 2020

LA DEFENSA DE LA FE COMO SIGNO DE LEALTAD Y GRATITUD


 Por: 


 W A L T H E R

 

 Al contrario de lo que plantean líderes “progresistas”, “posmodernos”, “deconstruidos” o simplemente corruptos al interior de las organizaciones cristianas y/o religiosas que promueven un dialogo fraterno y cordial por la paz. Quien se identifica en su fuero interno como discípulo del Maestro de Galilea, quien ha experimentado la gracia restauradora venida del cielo, quien ha comprendido el sacrificio de la cruz y ha aceptado los méritos de aquel que manifestó un interés y entrega incomprensible para con la raza humana caída, impotente y finita, no aprobará traidoras concesiones que den la espalada a aquel que ha revelado su voluntad en términos claros y bien definidos. No transigirá con astutas relecturas.

Y no es que adoptemos posturas intransigentes por el sólo hecho de obedecer un mandamiento que creemos de todo corazón es inspirado, sino porque ese mandamiento ha sido una realidad vivencial, es “una palabra viva” que ha fortalecido nuestra voluntad, porque así hemos querido que suceda, porque lo deseamos desde lo más profundo de nuestras entrañas. Esas palabras pronunciadas hace más de dos mil años dan vida y sentido a aquellos que han estado muertos y sin esperanza.

En la experiencia de fe, la gratitud es una postura personal asumida y constante en quién ha recibido lo inmerecido, en aquel que ha sido justificado, en aquel que entre muchos se le considera para tener una nueva oportunidad. La gratitud es un principio rector que orienta para toda la vida, lo contrario es traición, disidencia, apostasía, fornicación espiritual, herejía y corrupción.

La determinada oposición a la vil traición de los Judas contemporáneos, la herejía o apostasía del ecumenismo y el diálogo interreligioso, requiere de exponentes osados y agradecidos con aquel que alguna vez pago sus deudas, de siervos que no tengan más voluntad que la de su Rey, que no miren por lo suyo propio sino que por los intereses del reino al cual sirven. Ya no son sus propios dueños, sino que se consideran en espíritu, cuerpo y alma propiedad de aquel que pago un precio incalculable por sus vidas. No tienen voluntad propia, sino que se complacen en hacer la voluntad de su Divino Amo. Ninguna promesa de estatus religioso, oportunidad política u oferta económica encuentran eco en su conciencia iluminada desde el calvario.

El combate contra la herejía y la apostasía es personal y debe asumirse como tal, porque estos males son una provocación insolente al creador. Tal combate debe ser precedido por la decisión radical y consiente de sacrificio individual en aras de una defensa apasionada y abrumadora no sin desgaste y sufrimientos. El apologista fue, ha sido, debe ser, y será un soldado de Jesucristo dispuesto al vituperio y al martirio, pero por sobre todo, leal y agradecido por la eternidad.